Desde que era una niña siempre me encantó la idea de ser mamá. Puede que naciese ya con ese amor hacia los niños o quizás mi propia madre, con el cariño con el que me crió, supo transmitirme ese sentimiento hacia los pequeños. De cualquier forma, ahora mismo siento en mi pecho los delirios del enamoramiento del que hablaban los grandes poetas hacia mi propia hija. Ese sentimiento que se desborda me hace suspirar, sonreír, enloquecer y ser plenamente feliz.
En mi opinión no creo que sea una cuestión de sangre. Si tuviese dinero, además de los hijos propios, creo que también adoptaría (Digo "si tuviese dinero" porque para tener hijos biológicos no te piden requisitos pero para adoptar tienes que pasar por unos procesos largos y bastante costosos en muchos casos). Hay muchos niños que necesitan que alguien les quiera y les cuide, y siempre he pensado que el amor es ilimitado.
¿Y no es este amor común a todos los padres? Es algo a lo que estoy dando vueltas desde ayer, cuando leí la noticia en Bebés y Más de que en Cataluña van a modificar la normativa de adopciones por el gran número de padres adoptivos que devuelven a sus hijos. Y hoy he leído una noticia sobre un bebé de dos años que me ha hecho llorar.
No puedo ni imaginar por lo que habrán pasado los pequeños que han sufrido abandono o malos tratos por parte de las personas que más te deben querer y más deben cuidar de ti. No hay excusas. Esta vez no pienso hacer de abogado del diablo para intentar comprender otras posturas.
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