
Podría decirse que mi pequeña princesa nació con un manual debajo del brazo. Nuestras primeras semanas juntas eran periplos llenos de dudas, de inseguridades, acompañados de demasiadas opiniones que aturdían mis sentidos pero que no mermaban un ápice mi instinto. Mi pequeña me mostraba siempre el camino y me guíaba sutilmente con la destreza certera de quien ha nacido sabiendo. Su felicidad era el único camino.
Siempre he contado que nunca comencé a colechar por convicción sino por comodidad. Necesitaba dormir y para eso sólo había dos vías posibles, pero dejarla llorar sola en una habitación oscura era una opción deleznable.
¿Cómo podría separarme de la personita más maravillosa, dulce e indefensa que tenía el privilegio de tener en mis brazos?
¿Cómo iba a ignorar el llanto y los pesares de lo que más amaba en la vida?
No me hicieron falta libros para saber lo que tenía que hacer, sino para confirmar que nuestro camino era el correcto, a pesar de las críticas.
No os voy a hablar sobre todas las investigaciones que existen sobre los daños reales que acarrean los métodos de adiestramiento en los niños. No os voy a explicar alternativas. No voy a escribir sobre nada que nadie quiera leer. No hay más sordo que el que no quiere oir ni más ciego que el que no quiere ver. He intentado convencer a algunos padres para que no aplicasen estos métodos a sus hijos y desgraciadamente nunca he tenido éxito. Ni siquiera he logrado que nadie viese este documental de Punset...
A pesar de mis fracasos sí deseo escribir sobre algo que todos los padres tenemos en común:
¿Qué es él para ti?
¿Qué es lo que realmente necesita?
¿Qué necesidades deseas cubrir, las suyas o las tuyas?
¿Qué no harías por asegurar su felicidad?
Todos sabemos las respuestas. Dejemos de ignorarlas.
Hagamos que nuestros hijos se desarrollen sanos, felices, seguros, sabiendo que ellos son lo más importante, porque realmente lo son.