jueves, 5 de junio de 2014

De etiquetas y otros demonios


Siempre he sido muy honesta conmigo misma y he intentado serlo con los demás. Siempre he defendido las causas que he creído justas y nunca me he guardado una opinión porque no me conveniera decir lo que pensaba. Así soy yo, inconformista, cabezota, impaciente... pero con buen corazón. Sé de sobra como soy y me gusta.
Blanca es pequeña todavía y, aunque la conozco muy bien, me encanta pensar que realmente no sé como es. Desde pequeña ha tenido algunos rasgos muy definidos y muy característicos de su personalidad, como lo de no gustarle dar besos a los demás (con la excepción de sus padres, su perro y sus hermanos de juguete), como lo de necesitar su tiempo antes de hablar con personas que no conoce o como lo de negociarlo siempre todo. Pero no me gusta decir que por eso sea tímida, sea arisca o una negociante. Sería ponerle etiquetas.


¿Y qué hay de malo en poner etiquetas?
Pues mucho. Pienso que es una personita que se está desarrollando todavía, aprendiendo a relacionarse con los demás, intentando aprender cosas como controlar su ira o reconocer sus enfados. Está en continuo crecimiento y evolución. No podemos saber lo que hará mañana, si reaccionará ante unas circunstancias similares de la misma forma que hoy. No deseo que crezca oyendo que es de una forma u otra,  dando por echo cosas sobre sí misma que le lleguen del exterior. Deseo que se cuestione las cosas, que sea fiel a lo que siente y, sobre todo, que llegue a ser la mujer que será por su propio camino y no por un lastre de adjetivos oídos a los demás.

¿Y qué ocurre con la libertad de elección?  Esa es la parte más complicada para una madre que, como todos, lleva su propia mochila. Me cuesta muchísimo no ser esa madre controladora y dejarla tomar sus propias decisiones. Me parece que es imprescindible para desarrollarse como persona que pueda elegir muchas cosas, equivocarse, aprender. Estamos en una sociedad que penaliza el error, cuando de la errores es como más se aprende.
Es duro para una madre ver cómo tu hija se cae o tropieza sin avisarla de que se puede dañar. Es complicado dejarle elegir su ropa cuando tienes prisa y sabes que ese vestido no es lo más apropiado para jugar en el cole. O dejarla andar descalza en invierno, cuando hace tanto frío. Por lo menos para mí. Es algo que intento aprender y en lo que estoy trabajando, dando pasos muy pequeñitos pero intentando que sean firmes.

Porque tengo mi gran, enorme, pesada y sobrecargada mochila en la espalda... pero siento un amor tan inconmensurable y profundo hacia mi hija, que deseo que ella pueda correr libre de carga y gravamen :)

5 comentarios:

  1. Yo intento estar al quite de lo de las etiquetas, y más o menos me manejo (y me doy cuenta de cuando meto la pata...), pero lo último que comentas me parece mucho más complicado. Hay cosas que las decimos casi sin darnos cuenta (o por lo menos a mí me ocurre...). Aixxx...
    Besotes!

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    1. A mí me pasa igual. Me resulta difícil, pero pienso que saber lo que hacemos mal es parte importante de la solución.
      Muchos besos

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  2. Hola, soy Silvia de Artesania del Sur Silvia. MamaGhomo me ha invitado al grupo en facebook, asi que he cogido la lista de blog y os estoy visitando. Felicidades por el blog. Te sigo. Besitos

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  3. El tema de las etiquetas es un horror, desde luego que se puede influenciar a una persona para que siga un camino que no es el suyo. Pero nuestra mochila también carga etiquetas y me llega la vibración de que no eres benévola contigo y de que tratas responder a ellas. No somos niñas ya, pero nuestro camino no tiene por qué ser un túnel, podemos salirnos, construir otro, dar la rodea... Abajo expectativas y mucho más si son ajenas.
    Un fuerte abrazo linda!

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